Noves entrades

11/1/10

TREBALLADORES

Más trabajadoras que trabajadores

EL siglo XX fue pródigo en progresos culturales, científicos, económicos o sanitarios. Pero mayor fue aún el progreso que supuso la paulatina superación de las desigualdades padecidas por la mujer a lo largo de la historia y su incorporación a las diversas esferas de la actividad social. Tales desigualdades producen, en el siglo XXI, sonrojo retroactivo, nos recuerdan lo joven que es la experiencia igualitaria y nos sugieren lo mucho que queda por avanzar, puesto que esa igualdad no rige en todos los niveles sociales ni en todos los países.

En este marco, resultan alentadoras las noticias que llegan de Estados Unidos, en el sentido de que, por primera vez, el contingente laboral femenino de aquel país está a punto de superar al masculino. Muy pronto, más de la mitad de los empleos estadounidenses serán desempeñados por mujeres. Las noticias del Viejo Continente van en la misma línea: seis de los ocho millones de nuevos empleos creados en la Unión Europea desde el año 2000 han sido ocupados por mujeres. Y tanto en EE. UU. como en Europa el número de matriculadas en la universidad supera ya al de matriculados.

El derecho al votoo a la propiedad, el acceso normalizado de las mujeres a la educación o el trabajo nos parecen hoy logros antiguos. Pero fueron conquistados en los países occidentales hace pocos decenios. Otras luchas similares siguen ahora su curso. Por fortuna, no constituyen ya una preocupación exclusivamente femenina, sino un compromiso compartido por mujeres y hombres. Y no sólo por una cuestión de dignidad y solidaridad intergenérica: también por mero sentido común, utilitarista. La escritora Concepción Arenal (1820-1893) lo expresó en hora temprana con una afirmación incontestable: "La sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano". Así es. Ni tiene derecho a prohibirlo ni, siendo la inteligencia un bien escaso, sería muy sensato prescindir del 50% de la capacidad cerebral humana. En una era de competitividad global, la sociedad que desperdicie tanto talento estará cometiendo algo muy parecido al suicidio.

Dicho esto, y constatados los avances en la lucha igualitaria, añadiremos que la tarea no ha acabado. En las sociedades occidentales se han sentado las bases de un futuro mejor, pero quedan rémoras intolerables, como los malos tratos. Además, hay que avanzar hacia la corresponsabilidad en las tareas domésticas y hacia la materialización del principio de a mismo trabajo, mismo salario; hay que incrementar el número de mujeres directivas, y hay que seguir con la batalla legal.

La resolución de viejas injusticias deja paso a nuevos problemas, como la conciliación entre la carrera profesional y la maternidad. En Suiza, un 40% de las mujeres renuncian a ser madres porque consideran prioritario su trabajo o porque saben que al relegar la maternidad logran mejor sueldo. Con todo, estos son problemas de crecimiento que pueden superarse explorando vínculos laborales más flexibles. Por ello, quizás sea esta la hora de, sin olvidar los avances del feminismo en Occidente, apoyar su implantación en otros ámbitos. El sentimiento feminista debe permear aquí todos los espacios sociales. Y el movimiento feminista debe evitar disputas intestinas y posturas cerradas para sacar el mejor partido de una nueva, y muy anhelada, normalidad. Es necesario sumar esfuerzos para exportar las referidas conquistas al resto del mundo.